UN MILLONARIO DIO $300 A UNA MENDIGA EMBARAZADA... Y LUEGO LA VIO EN LA TUMBA DE SU AMADA...

Ricardo Martinez se sentaba solo en la amplia sala de estar de su mansión, un ambiente sofisticado y elegante, pero sin el calor de un verdadero hogar. Los muebles de madera oscura y las alfombras persas solo acentuaban el vacío que sentía. La única presencia constante en su vida era Tito, su fiel perro, que ahora dormía a sus pies, indiferente a las angustias de su dueño. Ricardo era un empresario respetado, dueño de un imperio construido con mucho esfuerzo y dedicación. Sin embargo, al mirar hacia el pasado, todo lo que podía ver eran los sacrificios que había hecho, especialmente el mayor de todos: Amanda, el amor de su vida. Recordaba cómo su ambición desenfrenada había alejado a Amanda, y cómo, después del divorcio con Mónica, su exesposa, había caído aún más en la soledad. Las noches eran particularmente difíciles. Ricardo pasaba horas sentado en su despacho, rodeado de documentos e informes, pero su mente estaba lejos, perdida en los recuerdos de Amanda. Recordaba sus sonrisas, las risas que compartían, y las promesas que no se cumplieron. Cada recuerdo era un cuchillo afilado que lo cortaba profundamente.

Cierta noche, mientras acariciaba a Tito, Ricardo tomó una decisión. No podía seguir viviendo en el pasado, necesitaba intentar corregir sus errores. Fue entonces cuando decidió buscar a Amanda. Al principio, trató de encontrarla por su cuenta, usando los contactos que había acumulado a lo largo de los años. Pero Amanda parecía haber desaparecido por completo. Desesperado, Ricardo contrató a Javier López, un detective privado conocido por su habilidad para resolver casos complicados. Javier era un hombre de pocas palabras, pero con una mirada perspicaz que inspiraba confianza. Ricardo recordó la primera reunión con Javier, cuando le entregó toda la información que tenía sobre Amanda, esperando que fuera suficiente para encontrarla. "Señor Martinez, haré todo lo posible por encontrar a Amanda," dijo Javier con un tono firme pero sereno. Ricardo sabía que el detective tenía razón, pero no podía dejar de alimentar la esperanza de reencontrarse con Amanda. Las semanas pasaban lentamente, cada día más pesado que el anterior. Ricardo continuaba con sus responsabilidades empresariales, pero su mente estaba siempre enfocada en Javier y la investigación. Un día, mientras revisaba algunos documentos en su despacho, el teléfono sonó. Era Javier.