Nada mejor para comenzar esta historia que recordar el espíritu de una casa familiar que ya no existe. En el 145 de Piccadilly Street, donde desde hace casi cincuenta años se levanta el Hotel Intercontinental Park Lane, había una mansión de cinco plantas de arquitectura georgiana. Entre ese edificio, modesto para los estándares monárquicos de la época, y una de las viviendas que componen el complejo del castillo de Windsor, repartía su tiempo una familia feliz. Los duques de York, el príncipe Alberto y su esposa Isabel BowesLyon, y sus dos hijas, las princesas Isabel y Margarita, vivían la vida dulce y despreocupada de los miembros de la realeza destinados a ocupar un papel secundario. El hermano del duque, Eduardo, era el heredero. Popular, carismático y destinado a ser el futuro rey. Cuando Eduardo VIII, en 1936, abdicó por su amor a la divorciada estadounidense, Wallis Simpson, trasladó una carga inesperada e insoportable a su hermano. Y cambió por completo el destino de la pequeña Isabel. Con diez años, la primogénita de Jorge VI comenzó a recibir la educación de una futura reina. Atrás quedaron los días en el 145 de Piccadilly Street, en los que el sentido del deber tenía una dimensión doméstica y amable. Nada que ver con lo que venía por delante.

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